Ella es más inteligente de lo que
parece. Tengo que reconocer que la belleza a veces nos vuelve prejuiciosos. Y
nuestros prejuicios siempre tienen la medida de nuestras limitaciones.
Es muy linda, sí. De esa clase de
belleza que tiende a hacer que la gente se detenga no solo en ella, sino en
quien la acompaña, preguntándose envidiosamente cómo es posible que ella lo
haya elegido y suponiendo antiguas leyes de embudos o billeteras poderosas
asesinas de galanes.
Esa belleza combinada en su
actitud, entre candorosa y decidida, nunca puede pasar desapercibida y es tan
indeleble como un tatuaje en el alma.
Yo aprendí que la belleza no es
algo tan raro, ni tampoco tan importante. El ser humano tiene ese increíble defecto
(¿o quizás virtud?) de acostumbrarse a todo. Y hasta la pintura más hermosa al
ser contemplada todos los días pierde la mística que alguna vez despertó en su
dueño. Las musas no inspiran para siempre.
Por eso ella es diferente, no por
bella, sino por inteligente. Hay que quedarse siempre con quien nos desafía el
intelecto. Con quien nos muestra otra mirada, nos provoca. Quisiera alguien que
muchas veces piense diferente y me contagie.
Ella siempre fue así… tan ávida del
mundo y sus complejidades como yo, aunque usualmente lo entendía de otra
manera.
Con ella podía quedarme hablando
meses y ponerme o no de acuerdo. En verdad no importa, porque siempre me costó
concentrarme en las palabras. Confieso que cuando charlaba con ella sobre el
mundo y sus misterios solía perderme en sus hermosos ojos infinitos, imaginando
sus besos.
¿Acaso sueno contradictorio? Para
nada, a veces la belleza nos vuelve prejuiciosos.
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