martes, 16 de julio de 2013
lunes, 15 de julio de 2013
El Reino de la Tristeza
Nunca visites el reino de la tristeza. Dicen que todo aquel que lo recorre luego no termina de abandonarlo jamás. Allí todos los días son nublados y el sol se ve siempre brillar a lo lejos, en otra parte. En ese reino sus habitantes siempre están disimulando, forzando su mirada para que no se note tanto que están tristes.
El reino de la tristeza esta lleno de museos, abundan los museos con cosas de tiempos pasados. Tiene un parque de diversiones abandonado y algunos cines que pasan siempre las mismas películas.
El clima es siempre otoño. Y las hojas caídas de los árboles no son barridas, sino que permanecen como prueba viva de que alguna vez hubo un verano y una primavera. Pero tampoco llega el invierno, sólo el otoño con alguno que otro día más frío y nublado que lo usual.
Todo aquel que visita el reino, pronto se lo hace ciudadano y se le otorga una pequeña morada. Y aunque luego uno logre partir, allí ya le queda siempre una casa. Se le otorga un pequeño pasaporte negro, que puede usarse si se quiere, para ir a todos lados en calidad de ciudadano. Es pequeño y negro para que no se note mucho. En general sus ciudadanos tienden a pasar desapercibidos. Sólo son reconocidos por otros ciudadanos y por aquellos con ojo avezado.
El reino es muy inseguro. Las noches allí son muy peligrosas y es muy común que cada noche algo nos sea robado, o seamos lastimados. Y los números de emergencias nunca funcionan bien.
Es muy común encontrar tiendas que venden espejos muy particulares, que sólo reflejan los errores y las cosas que no están. Sus calles siempre están rotas y a veces se ven algunos operarios haciendo arreglos, que nunca se finalizan.
En el reino de la tristeza, todo se paga con unas monedas pequeñas que tienen grabadas un reloj de arena, no se porqué. Hay en un rincón del reino una biblioteca muy grande y antigua, con libros que tratan sobre el reino y sus caminos y paisajes, sobre sus historias y sobre las cosas fuera del reino, pero solo pocos habitantes la visitan.
En el reino de la tristeza, gobierna una reina, siempre dispuesta a recibir a sus súbditos. Ella es bonita, callada y egoísta, pero a todos atiende bien. No es buena, tampoco es mala. Su vida es muy rutinaria y sus sonrisas son breves. Dicen que su mirada es como la de Medusa y su castillo esta en el lado opuesto a la biblioteca.
Ten cuidado con el reino de la tristeza. Recibe muchos visitantes a diario, pero no es bueno quedarse mucho tiempo, porque pronto puedes volverte ciudadano.
domingo, 20 de mayo de 2012
He Soñado
He soñado, siempre he soñado.
Me han odiado sin razón y a veces con razón.
He conocido el amor y sus miserias.
Supe encontrarme con innumerables fracasos y
con algunos éxitos. A todos aprendí a superarlos.
Visité ciudades y conocí su gente. Crucé
océanos y mares, y encontré las mismas cosas con distintos matices, y a veces
también otras cosas.
He sido privilegiado con grandes amistades y
me embarqué en profundas soledades. Fui un buen amigo y también un mal amigo.
He amado más allá de lo debido. Me han roto el
corazón alguna vez, y alguna vez he roto alguno.
Ayudé a algunas personas y recibí ayuda muchas
veces, aunque no siempre lo agradecí como es debido.
He pasado la noche en la calle, sin techo y
sin bandera y he sentido la alegría del encuentro.
Sufrí despedidas y también muertes.
He mentido y he sido engañado. Conocí el valor
de la sinceridad y la angustia de la libertad.
He muerto y vuelto a nacer.
He recorrido bosques, ríos y montanas, y pisado incontables playas.
He sabido de privaciones y experimentado la tranquilidad de tener más de lo necesario.
He escrito un libro que nadie leyó y dado discursos que han sido olvidados. He cambiado la vida de algunas personas. Enseñé, y recibí miles de lecciones.
Observé los paisajes más lindos y también algunos muy desoladores.
Supe de victorias y de derrotas.
Conocí el valor de la familia y también su carencia.
He padecido robos y estafas.
Conocí la traición y el desengaño.
He recorrido bosques, ríos y montanas, y pisado incontables playas.
He sabido de privaciones y experimentado la tranquilidad de tener más de lo necesario.
He escrito un libro que nadie leyó y dado discursos que han sido olvidados. He cambiado la vida de algunas personas. Enseñé, y recibí miles de lecciones.
Observé los paisajes más lindos y también algunos muy desoladores.
Supe de victorias y de derrotas.
Conocí el valor de la familia y también su carencia.
He padecido robos y estafas.
Conocí la traición y el desengaño.
Navegué ilusiones y decepciones.
Supe de hastíos y de esperanzas.
Me he emborrachado hasta el extremo y vivido algunos excesos.
He sido héroe y también cobarde.
Me he iniciado en tantos misterios solo por buscar una respuesta. He buscado sin hallar y alguna vez he llegado a encontrar cuando no buscaba.
Me he emborrachado hasta el extremo y vivido algunos excesos.
He sido héroe y también cobarde.
Me he iniciado en tantos misterios solo por buscar una respuesta. He buscado sin hallar y alguna vez he llegado a encontrar cuando no buscaba.
Conocí la resignación y también el valor de la
perseverancia. Me caí y volví a empezar.
He deseado siempre un mundo más justo, y
sufrido por ello.
Odié y también perdoné.
De esta montaña rusa he querido bajarme muchas
veces, pero sé que el sentido mismo está en el vértigo de sus vueltas.
Pese a todo he soñado, siempre he soñado…
jueves, 23 de febrero de 2012
El Gesto
“El gesto no puede ser considerado como una expresión del individuo, como una creación suya (porque no hay individuo que sea capaz de crear un gesto totalmente original y que sólo a él le corresponda), ni siquiera puede ser considerado como su instrumento; por el contrario, son más bien los gestos los que nos utilizan como sus instrumentos, sus portadores, sus encarnaciones”, decía Milan Kundera en “La Inmortalidad”. Pero hay gestos que por poco originales que a Kundera puedan parecerle, conjugados con las circunstancias correctas bastan para que se vuelvan únicos para quien los recibe.
Sus piernas largas, su pelo lacio y su sonrisa fresca. Su mano derecha en alto saludando y su mano izquierda sosteniendo las llaves de su casa, en una cálida noche de verano. Así de sencilla; pies juntitos y una corta y ajustada falda. Una mixtura que resultó más que suficiente para convertir ese gesto, el de saludar a quien te acompañó hasta tu casa y espera tu segura entrada, en un registro, una marca en la memoria, una vibración de una cuerda íntima de ese instrumento musical que pareciera ser la forma del alma.
Creo que los gestos por más significativos o representativos que nos puedan parecer, no tienen poder alguno que les sea propio. Por el contrario, el poder del gesto reside en realidad en el sujeto. Un gesto tan poderoso como para reverberar en el alma del observador adquiere su fuerza en realidad, del sujeto que lo encarna, al punto que el mismo gesto llevado a cabo por otra persona no causa efecto alguno.
Un gesto es una metáfora expresada con el cuerpo. El gesto de esa mujer fue una metáfora. Fémina sensualidad de frescura casi adolescente. Tan intensa y desapercibida que hizo recordar a quien lo recibió, el arquetipo mismo de lo femenino en toda su intensidad.
¿Será también que la fuerza del gesto no se agota en el sujeto que lo encarna? Sin duda el gesto termina de completarse con la fuerza que le otorga también el receptor. Puesto que el mismo gesto visto por otra persona, puede no causar efecto alguno también. Así, el gesto posee a dos personas: a quien lo hace y a quien lo ve, aunque sus efectos se realizan específicamente en éste último. Y pueden volverse, como aquel femenino saludo, algo simplemente inolvidable.
martes, 6 de diciembre de 2011
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