jueves, 23 de febrero de 2012

El Gesto



“El gesto no puede ser considerado como una expresión del individuo, como una creación suya (porque no hay individuo que sea capaz de crear un gesto totalmente original y que sólo a él le corresponda), ni siquiera puede ser considerado como su instrumento; por el contrario, son más bien los gestos los que nos utilizan como sus instrumentos, sus portadores, sus encarnaciones”, decía Milan Kundera en “La Inmortalidad”. Pero hay gestos que por poco originales que a Kundera puedan parecerle, conjugados con las circunstancias correctas bastan para que se vuelvan únicos para quien los recibe.

Sus piernas largas, su pelo lacio y su sonrisa fresca. Su mano derecha en alto saludando y su mano izquierda sosteniendo las llaves de su casa, en una cálida noche de verano. Así de sencilla; pies juntitos y una corta y ajustada falda. Una mixtura que resultó más que suficiente para convertir ese gesto, el de saludar a quien te acompañó hasta tu casa y espera tu segura entrada, en un registro, una marca en la memoria, una vibración de una cuerda íntima de ese instrumento musical que pareciera ser la forma del alma.

Creo que los gestos por más significativos o representativos que nos puedan parecer, no tienen poder alguno que les sea propio. Por el contrario, el poder del gesto reside en realidad en el sujeto. Un gesto tan poderoso como para reverberar en el alma del observador adquiere su fuerza en realidad, del sujeto que lo encarna, al punto que el mismo gesto llevado a cabo por otra persona no causa efecto alguno.

Un gesto es una metáfora expresada con el cuerpo. El gesto de esa mujer fue una metáfora. Fémina sensualidad de frescura casi adolescente. Tan intensa y desapercibida que hizo recordar a quien lo recibió, el arquetipo mismo de lo femenino en toda su intensidad.

¿Será también que la fuerza del gesto no se agota en el sujeto que lo encarna? Sin duda el gesto termina de completarse con la fuerza que le otorga también el receptor. Puesto que el mismo gesto visto por otra persona, puede no causar efecto alguno también. Así, el gesto posee a dos personas: a quien lo hace y a quien lo ve, aunque sus efectos se realizan específicamente en éste último. Y pueden volverse, como aquel femenino saludo, algo simplemente inolvidable.