domingo, 25 de febrero de 2018

Ella



Ella es más inteligente de lo que parece. Tengo que reconocer que la belleza a veces nos vuelve prejuiciosos. Y nuestros prejuicios siempre tienen la medida de nuestras limitaciones.

Es muy linda, sí. De esa clase de belleza que tiende a hacer que la gente se detenga no solo en ella, sino en quien la acompaña, preguntándose envidiosamente cómo es posible que ella lo haya elegido y suponiendo antiguas leyes de embudos o billeteras poderosas asesinas de galanes.

Esa belleza combinada en su actitud, entre candorosa y decidida, nunca puede pasar desapercibida y es tan indeleble como un tatuaje en el alma.

Yo aprendí que la belleza no es algo tan raro, ni tampoco tan importante. El ser humano tiene ese increíble defecto (¿o quizás virtud?) de acostumbrarse a todo. Y hasta la pintura más hermosa al ser contemplada todos los días pierde la mística que alguna vez despertó en su dueño. Las musas no inspiran para siempre.

Por eso ella es diferente, no por bella, sino por inteligente. Hay que quedarse siempre con quien nos desafía el intelecto. Con quien nos muestra otra mirada, nos provoca. Quisiera alguien que muchas veces piense diferente y me contagie. 

Ella siempre fue así… tan ávida del mundo y sus complejidades como yo, aunque usualmente lo entendía de otra manera.

Con ella podía quedarme hablando meses y ponerme o no de acuerdo. En verdad no importa, porque siempre me costó concentrarme en las palabras. Confieso que cuando charlaba con ella sobre el mundo y sus misterios solía perderme en sus hermosos ojos infinitos, imaginando sus besos. 

¿Acaso sueno contradictorio? Para nada, a veces la belleza nos vuelve prejuiciosos.