lunes, 18 de noviembre de 2013

La arquitectura del beso



Vengo a reivindicar el beso. Nunca estuve de acuerdo con que se lo menosprecie. El beso es en efecto, el principio y el fin. Toda relación comienza con un beso y es un beso lo último que sucede antes de partir.

Es la semilla de la cual surgirá el árbol, o tal vez la nada. Pero sencillamente es imposible pensar al otro sin él.

Pero no vengo por cualquier beso, sino por aquellos que dan forma a las estrellas. Es que existen los besos perfectos. Lo afirmo por haberlos conocido. Aquellos que se amalgaman como si las bocas desaparecieran y los labios se fusionaran en tamaño y textura. Aquellos que encienden cada uno de nuestros centros. Esos besos que prenden en el pecho. Esos besos perfectos no fallan en las sábanas.

Y debo afirmar que no dependen del grosor de los labios sino en todo caso, del grosor del corazón.

Esos besos no son efímeros, aunque sí puedan serlo sus frutos. Es que esos besos no están hechos de materia. Los besos perfectos son aquellos que hacen tangible el alma cuando toca otra alma. Aquellos que detienen el tiempo mientras duran. No muerden pero sangran, no miran pero ven. El universo se dobla cuando explotan.

Besos que son la chispa de lo alto. El resto de los besos, son torpes en comparación.

Vengo a reivindicar esos besos. Esos que siempre faltan, que todo pueden.

Yo vengo por esos besos, que nunca sobran y no me alcanzan.