sábado, 31 de diciembre de 2022

2022

No voy a despedirte. Porque creo que no se despide a los años, ni a las personas. Despedir tiene más que ver con desechar que con saludar. 

Pasó recién otro año más. Siempre estos días son un tiempo raro de reflexión y por alguna razón estos tiempos siempre resultan algo movilizantes para cada uno.

Si hay algo bueno que te puede dejar un tiempo pasado es aprendizaje. O más exactamente sabiduría. Una historia vivida es, antes que nada, una experiencia atesorada. Una marca en ese mural que conforma el tejido constitutivo de nuestra alma.  A veces quisiera resistirme a los finales...

Reconozco que los años solo pueden durar sus 365 días cada uno. Pero es de Perogrullo que hay días más preferibles, más memorables que otros. Días que uno quisiera repetir, retener, estirar. Pero hay otros que parecen no terminar jamás, eternos como esas cicatrices de la infancia.

Puede terminar el año y comenzar otro, sí. El calendario es indiscutible, pero creo que voy a tener la irreverencia de retener algunas de sus partes. En especial aquellas que fueron tan especiales como el café de la mañana.

Supongo que este año que comienza me va a explicar de que se trató el anterior. Siempre pasa eso con los años. Algo me dice que quizás la explicación sea buena, no sé. Así y todo, ya esta decidido: Ciertas partes que pasaron, me las voy a quedar tal cual. Por especiales, por reveladoras, por profundas.

En definitiva, siempre sostuve que somos solo algo más que la suma de nuestras experiencias y aprendizajes. Solo podemos ser quienes somos hoy, por lo que fuimos ayer. Protagonizamos un devenir que muta mientras también mutamos.

No tengo claro el Gran Plan (¡¿Que no daría por saberlo?!)… pero la sensación -o certeza- que me acompaña, es que no está compuesto de azar. Y que en definitiva… somos todos parte de algo más grande.