Cabe la posibilidad que la única verdad sea el impulso.
Quizás teñimos de razón nuestra desobediencia a nosotros mismos.
Hay una calle atrás del volante. Cada metro recorrido deja atrás historias
que pasan a los costados que nunca serán conocidas.
Algún criminal se empecinó en
enseñarnos que los impulsos había que controlarlos, pero no nos dimos cuenta
que terminamos domesticándolos. Y así nos
matamos en defensa propia.
La razón se volvió nuestra defensa autoflagelante. Un crimen que nos
sumerge en un cierto bucolismo urbano, cuya pena es su propio éxito.
Desafortunadamente mis impulsos rara vez son ermitaños… suelen dibujar
a alguien al principio, durante o al final. Y en este mundo colectivo,
controlado, los impulsos compartidos son una rara especie de milagro.
La calle se hace corta pero doy una vuelta más. Esta bueno jugar a
encontrarme en esas historias que permanecen encriptadas… Solo es un juego.
Yo sé que a veces los impulsos se equivocan. He chocado un par de esas
veces. Pero el error, en todo caso, está en los resultados, mas no en los motivos.
Los motivos son perfectos. El problema es el tiempo.
No quisiera perderme.
A la derecha unas letras me hablan. Mientras tanto en Buenos Aires,
una nueva hora comienza.