jueves, 13 de febrero de 2020

Café

Me empiezo a dar cuenta que el instinto gregario es eso: un instinto. Y los instintos no se quitan, no se domestican, solo se pueden, en el mejor de los casos, administrar. “Impulso natural, interior e irracional” que nos compele a ser parte de un colectivo humano determinado. Es eso.

Y del otro lado está el ermitaño. Ese arquetipo del Tarot que solo le pega a algunos, a quienes creemos que pensamos. A aquellos que buscamos, al menos a algunos de aquellos. Pero el ermitaño es sabio, y solo porque es sabio es que puede estar solo. No es que la sabiduría sea un requisito o una cualidad inherente, sino que es lo único que vuelve a la soledad soportable, agradable o preferible. La sabiduría toma café con los instintos.

No tengo claro el devenir de este relato, solo su comienzo, rasgo común de las aventuras verdaderas: sabemos cómo empiezan, pero no como terminan.

Por lo pronto decidí asumir que me pienso, o que al menos quiero hacerlo, que trato de hacerlo, aunque con bastante pereza. En estos tiempos de hipérconectividad las redes sociales son una tecnológica hermosamente peligrosa, nos abren a un montón de ideas y posibilidades y a una monumental pérdida de tiempo también.

Así que por un instante espabilé y me puse a escribir. Lo hago porque de alguna manera es también hacer trampa: soy consciente que nuevamente tengo que tomar decisiones (como si esa actividad sea esporádica y no un continuo que casi todo el tiempo está sucediendo sin que nos demos cuenta). Y como las decisiones no estarían llegando (¡Que iluso! Decidimos siempre y no hacerlo es también una decisión), me puse a escribir. A poner en papel este estado de flujo en el que las palabras, las ideas brotan, toman forma y empiezan a dirigirse hacia algún lado. Guardo la esperanza que en ese proceso las respuestas aparezcan… Ya les contaré más adelante que sucede en este punto.

Por lo pronto estoy aquí tomando un café. Me encanta sentarme a tomar un café. Lo haría todos los días, en cualquier momento, mañana, tarde o noche. Yo creo que en la vibración correcta, es casi como levantar un círculo mágico súbitamente alrededor. Solo tiene que llegar el pocillo y prepararse, tomar el primer sorbo y… listo. Estamos en otro lado, en un micromundo en el que fluye nuestra interioridad (si, “interioridad” ¿Que tiene? ¿Se entiende, no?). Fluyen pensamientos varios, cosas que leer, cosas que escribir, cosas que analizar. Si estamos con alguien surge el diálogo, el ida y vuelta a veces hablando, a veces silencioso, quizás cómodo o quizás muy incómodo, pero siempre pasan cosas.

Hoy paré en un café de la Av. Corrientes, le fui infiel a mi gusto por los bares y cafés palermitanos, pero simplemente quería algo más cerca, o quizás quería variar, no sé.

Así que en este café, un domingo cualquiera de verano en Buenos Aires, golpeo con mis dedos la pantalla táctil de mi tablet y voy viendo que pasa, la gente a mi alrededor y los misterios del mundo. Yo creo que no hace falta irse hasta Petra para encontrarse con ellos, quizás solo basta con un café, una incomodidad y algo para escribir.