jueves, 24 de diciembre de 2020

Ezis

 

Si mí alma fuera un sistema operativo como el Windows, tendría un montón de ventanas abiertas. Una de ellas sin duda, sería cierto sentimiento de padecimiento melancólico fastidioso. Aunque más que una ventana, sería una aplicación corriendo permanentemente en segundo plano. No sé bien cuál es su función, ni siquiera como llamarla

Vamos a ponerle Ezis, ya que ese es el nombre de la diosa griega de la angustia. Hija de la noche y de la oscuridad, Ezis es una de las deidades más antiguas... no me extraña.

Ezis tiene un efecto particular en mí sistema operativo. A veces, cuando corre, hace más lento el funcionamiento ya que hay aplicaciones que se cierran solas o que trabajan un poco más despacio.

Otras veces algo la activa y abre una ventana para correr directo en primer plano por sobre toda otra aplicación. No sucede muy seguido, por suerte. Cuando pasa eso, no se puede cerrar, ni siquiera minimizar. Corre ahí por encima de todo. En esos momentos empieza a consumir una enorme cantidad de memoria. Abre muchos archivos multimedia viejos y los va corriendo de a uno. Aunque a veces no son muchos los archivos que abre, sino unos pocos, y aunque los cierre, al rato los vuelve a abrir otra vez. Fotos y videos que no dejan de aparecer cada tanto en pantalla.

Ezis está siempre corriendo. O casi siempre, en realidad. Algunas veces, por circunstancias absolutamente desconocidas entra en suspensión y aunque activo, no corre, no utiliza recursos del sistema, ni nada. Es apenas un poco de memoria ocupada en caché nomás. Y curiosamente en esos casos, el sistema no es más rápido, pero tampoco más lento. El resto de las aplicaciones corren igual, solo que distintas. Algunas van más rápido, otras no. Algunas operaciones se ejecutan diferente nomás. Eso sí, la resolución de pantalla aumenta y todas las ventanas tienen mejor definición. También, debo decirlo, algunas aplicaciones no corren cuando pasa esto. Programas como Reflexión, o Momento Bisagra se apagan más seguido o no funcionan. Otras aplicaciones como Empatía, corren con diferente configuración, y no esta claro que tan bien andan en esos casos.

Por el contrario, la conexión de red anda fenómeno sin Ezis y la velocidad de transmisión de datos entre computadoras es un lujo. Cuando Ezis está operando, el ancho de banda se achica y por alguna extraña razón lo distribuye de una forma absolutamente discrecional, prefiriendo ciertas computadoras por sobre el resto. No sé porque.

¿Para que sirve Ezis? No está muy claro. Vino con el sistema operativo, en verdad. Creo que es uno de esos softwares muy complejos que la mayoría de las veces traen más problemas que beneficios, ya que  la dificultad de uso que tiene a veces es un obstáculo insalvable para el usuario. 

No hay desinstalador para Ezis. Pequeñas partes de su programa se infiltran en los directorios y en otras aplicaciones y se hace imposible sacarlo del sistema.

La única posibilidad es aprender a usar este software. He tenido indicios de que al usarlo eficientemente permite asignar mejor los recursos del sistema, direccionando más a las aplicaciones realmente importantes, y recortando memoria de otras como Superficialidad o Entretenimiento Pasajero. Es un programa muy difícil de usar, pero si vino instalado en el sistema operativo, no queda más remedio que aprender, porque si no ese Windows que es el alma se hace mucho más difícil de operar.




lunes, 28 de septiembre de 2020

Tiempos Interesantes

Siempre que escribo me imagino como el lector puede recibir el contenido que transmito. Y aunque es algo que me parece muy dificil de predecir, nunca puedo evitar hacerlo, con la esperanza de hacer llegar alguna suerte de mensaje, ya sea positivo, ya sea emotivo, a quien reciba estas líneas. En definitiva, la imaginación es una fuerza poderosa, que puede incluso construir realidades que hoy, ahora, no son, pero que sí sean mañana. 

Quizás por eso los niños imaginan tanto… no? porque es la forma en que están construyendo los cimientos del futuro que han de tener, aunque la vida siempre, siempre nos lleve por caminos insospechados. En cualquier caso es indispensable mantener viva la imaginación. Y en esto no es importante la edad, creo que tenemos que imaginar siempre. Diseñar en nuestra mente nuevos mundos, abrir múltiples posibilidades, porque como escribió Shakespeare “estamos hechos del mismo material que los sueños”. 

Y agrego algo más, en estos tiempos tan extraños para la humanidad, es cuando más necesaria es la imaginación. Soñar un futuro diferente, soñar lo que no tenemos, pero deseamos, es el requisito indispensable para salir airosos de los tiempos de dificultad. 

Creo que buena parte de lo que fue creado, en verdad fue soñado antes. Todos hemos sido soñadores. Algunos todavía lo seguimos siendo… y los que ya no…. Hay que repensarlo. ¿Por que dejaron de soñar? Me interesaría escuchar testimonios, posta. Lo único que voy a decir, animándome a adelantarme a algunas respuestas, es que no es admisible matar los sueños en defensa propia. ¿Que quiero decir con esto? Eso de dejar de soñar para evitar la frustración posterior del sueño incumplido, de la falla en su realización…. No. Quiero decirles, que eso es una trampa. La falsa sensación de seguridad del conformismo, de la falta de imaginación que nos sostiene al ahora tal como esta y nos lleva a no conflictuarnos con él. En una suerte de resignación anestesiada. No. No funciona. Creanme que no es por ahí. No para uds., los que me leen. Porque si han tomado conciencia de la situación, si pudieron darse cuenta del mecanismo negatorio de nuestros anhelos, entonces ya es tarde. Seria algo asi como ser Adan en el paraíso y comer del fruto del árbol del bien y del mal, pero pretender después hacer como si nada. No se puede. 

Yo recomiendo en estos casos, tomar coraje, respirar profundo, y mandarse nomas a soñar… a imaginar otras posibilidades, otras vidas, otras actitudes, otras elecciones. Animarse. No importa el resultado. No se trata de ganar o perder. Nada se pierde igualmente, sino todo lo contrario. Quizas aunque no lleguemos a concretar nuestros anhelos, seguramente podremos dar pequeños pasos hacia ellos. Baby steps, como dicen los ingleses. Y en definitiva, toda transformación empieza con un primer paso. Negarnos a esto es continuar navegando en el mar de la infelicidad de lo conocido. Ya fue…. No hay vuelta atrás, una vez que uno tomo conocimiento de estas aguas en las que se encuentra, no queda otra mas que luchar por salir adelante. 

¿Que pasa si parte de ese proceso implica soltar, romper el status quo, lo conocido, la cómoda infelicidad? Creanme que entiendo el problema. Da vértigo de solo imaginar la situación. Como esto no es un blog de autoayuda, no voy a salir con técnicas de superación o recetas para el éxito (si es que existe tal cosa), solo puedo ensayar una recomendación: siempre tengan un plan. Y si pueden tener dos, o tres, mucho mejor. Baby steps y planificación. Todo lo que puedo aportar. 

Mas allá, de ello, solo puedo transmitirles algo más: una oculta y remota convicción: creo que somos parte de un orden implícito. En ese orden cada uno de nosotros tenemos un rol que cumplir y por lo tanto somos arrastrados por una tendencia. No hay ningún tipo de explicación científica para esto, sí hay mucho debate desde lo religioso sobre la cuestión del determinismo o el libre albedrío. No viene al caso igual, embarcarse en eso ahora. Pero creo que cuando estamos plenamente sintonizados con ese orden, nos sentimos un poco mejor. Y permítanme un acto de fe más: no creo que el orden de nadie se trate de ser infelices. Ojo, tampoco creo que se trate de ser felices, eh? Sino más bien, de estar en forma, agiles sorteando dificultades y superando obstáculos, en definitiva, la vida misma. No se si hay otra felicidad más que esa. 

Podemos entonces transitar nuestro tiempo sumidos en el malestar rutinario (ya sea anestesiado o no), o activos en el incierto camino de soñar y tratar de que sea realidad… la elección es siempre nuestra. Se dice por ahí que existiría una antigua maldición china que consiste en desear al otro “vivir tiempos interesantes”. No se si eso es en verdad una maldición, me suena más bien a que la verdadera maldición es vivir tiempos que no lo sean.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Apuntes de madrugada

Son casi las cuatro de la madrugada.  El tiempo corre más despacio a esta hora, en especial si el despertador se toma el día mañana. 

El silencio a esta hora sienta bien. Suelo estar dormido ya, pero a veces tengo algo para decir, o mejor dicho, escribir. Bueno, hoy en verdad no lo tengo, solo tengo la necesidad de sacar algo que está guardado. Los humanos guardamos muchas cosas dentro nuestro. Y es algo muy curioso, porque en general no sabemos que es lo que guardamos hasta que lo sacamos afuera.

Aristóteles estaba convencido que lo justo, lo bueno, lo perfecto, estaba en lo que los griegos llamaban “telos”, algo así como el propósito fundamental, la esencia misma de algo que determina su finalidad definitiva. Se suele poner como ejemplo la semilla: su “telos” es ser un árbol.

Para el ser humano esa finalidad es la realización, la plenitud. Seria algo así como la felicidad, solo que real y posible.  No me voy a referir a Aristóteles más que en esto que ya señalé. No porque no lo merezca, es quizás una de las mentes filosóficas más trascendentes de la historia de la humanidad, sino porque estas líneas no son para eso y además, él tenia claro que el telos se verifica en una polis correctamente gobernada que privilegia y tiende a la virtud. En Argentina, no sería el caso.

Conocer el telos de cada un no es tarea fácil. Me animo a decir que en la mayoría de los casos se viven vidas completas sin siquiera aproximarse a ello. Quizás por eso la felicidad es tan tangible como los ángeles.

En esta madrugada reflexiono y puedo reconocer que he dedicado buena parte de mi vida a tratar de encontrar mi telos. He dedicado tanto tiempo vital solo en sostener el temor de eludirlo… teniendo presente que el tiempo transcurre y cuando no busco el telos, entonces lo esquivo. Esta actitud puede ser frustrante (y lo es), pero también creo que es parte del instinto de supervivencia. 

¿Cómo me daré cuenta si lo encuentro? Sin duda habrá algo en mi sentir que me lo diga, obvio. Algún sentimiento sutil y poderoso, quizás. ¿O será tal vez una dirección de mi atención? Algo que al ser invocado hace que en ese instante toda la atención y la energía se dirijan allí, no por necesidad, sino más bien por devoción. Una vibración interior que nos confirma que no hay nada en el mundo que quisieras estar haciendo aparte de lo que en ese momento estas haciendo, con la certeza que estas cumpliendo la función para lo que has sido hecho. Ese sentimiento es el subproducto emergente de la presencia del telos.

Quizás mi telos está aquí y ahora, en estas líneas… quizás no. Pero declaro bajo juramento que voy a seguir tras de él. Es en verdad un juramento fácil, ya que creo que aunque quisiera, no podría hacer otra cosa… es que si la hiciera, solo reinaría el conflicto en mí, y a esta altura de la vida, preferiría evitarlo… salvo que sea absolutamente necesario, claro.




viernes, 27 de marzo de 2020

La muerte al lado (parte 2)


Ya la estaba extrañando.

En un mundo de cuarentena y miedo a un virus invisible, tuve que salir de mi casa a realizar un trámite en el centro, por impostergables obligaciones laborales. Conducía de regreso mi auto y mientras estaba atento a la avenida vacía de vehículos, me di cuenta que la Muerte estaba sentada en el asiento del acompañante.

Siempre callada. Con la vista al frente y esa envidiable inexpresión que tiene su rostro, el cual en definitiva, es igual al mío. Nunca me mira, por suerte. Pero no hace falta, su sola presencia alcanza para que me sienta diferente, vivo.

Estos tiempos son tiempos de miedo en el mundo y el miedo es la semilla de todo lo malo. Odio, inseguridad, violencia, rencor, dolor. Me doy cuenta que la peor epidemia es el miedo y creo que es el virus más grave.

Manejaba por una ciudad casi desierta junto a la Muerte y durante ese breve instante me sentí muy vivo. Afortunado de estar en plenas condiciones mentales y físicas. Consciente de lo breve de mi estadía en el mundo y por eso, algo consternado por el posible devenir del futuro. Cuando la muerte esta lejos, solemos perder mucho el tiempo. Por eso me agrada que cada tanto se siente a mi lado, tan sobria vestida pero tan presente, porque siempre me pregunta lo mismo: ¿Qué es lo importante? Y toda mi escala de preocupaciones se ve alterada.

En particular no es el momento de la muerte lo que más me preocupa, sino más bien la vida cuando ella llegue. Una vida que se resista a entregarse y solo vaya soltando de a poco, por partes, como una soga que se nos va resbalando de la mano. Eso me asusta un poco más.

Se preguntaba Mary Shelley: ¿Quién, tras un grave desastre, no ha vuelto la vista atrás con asombro ante la inconcebible torpeza de comprensión que le impidió percibir las numerosas hebras con que el destino teje su red, hasta que se ve atrapado en ella?

Tener a la Muerte al lado nos recuerda que podemos estar tejiendo esa red sin darnos cuenta. No sé si es posible evitar esa torpeza, pero creo que al menos es mejor intentar tomar conciencia de ella y estar al menos un poco más atentos. En definitiva, prefiero pensar que el destino es algo negociado.





jueves, 13 de febrero de 2020

Café

Me empiezo a dar cuenta que el instinto gregario es eso: un instinto. Y los instintos no se quitan, no se domestican, solo se pueden, en el mejor de los casos, administrar. “Impulso natural, interior e irracional” que nos compele a ser parte de un colectivo humano determinado. Es eso.

Y del otro lado está el ermitaño. Ese arquetipo del Tarot que solo le pega a algunos, a quienes creemos que pensamos. A aquellos que buscamos, al menos a algunos de aquellos. Pero el ermitaño es sabio, y solo porque es sabio es que puede estar solo. No es que la sabiduría sea un requisito o una cualidad inherente, sino que es lo único que vuelve a la soledad soportable, agradable o preferible. La sabiduría toma café con los instintos.

No tengo claro el devenir de este relato, solo su comienzo, rasgo común de las aventuras verdaderas: sabemos cómo empiezan, pero no como terminan.

Por lo pronto decidí asumir que me pienso, o que al menos quiero hacerlo, que trato de hacerlo, aunque con bastante pereza. En estos tiempos de hipérconectividad las redes sociales son una tecnológica hermosamente peligrosa, nos abren a un montón de ideas y posibilidades y a una monumental pérdida de tiempo también.

Así que por un instante espabilé y me puse a escribir. Lo hago porque de alguna manera es también hacer trampa: soy consciente que nuevamente tengo que tomar decisiones (como si esa actividad sea esporádica y no un continuo que casi todo el tiempo está sucediendo sin que nos demos cuenta). Y como las decisiones no estarían llegando (¡Que iluso! Decidimos siempre y no hacerlo es también una decisión), me puse a escribir. A poner en papel este estado de flujo en el que las palabras, las ideas brotan, toman forma y empiezan a dirigirse hacia algún lado. Guardo la esperanza que en ese proceso las respuestas aparezcan… Ya les contaré más adelante que sucede en este punto.

Por lo pronto estoy aquí tomando un café. Me encanta sentarme a tomar un café. Lo haría todos los días, en cualquier momento, mañana, tarde o noche. Yo creo que en la vibración correcta, es casi como levantar un círculo mágico súbitamente alrededor. Solo tiene que llegar el pocillo y prepararse, tomar el primer sorbo y… listo. Estamos en otro lado, en un micromundo en el que fluye nuestra interioridad (si, “interioridad” ¿Que tiene? ¿Se entiende, no?). Fluyen pensamientos varios, cosas que leer, cosas que escribir, cosas que analizar. Si estamos con alguien surge el diálogo, el ida y vuelta a veces hablando, a veces silencioso, quizás cómodo o quizás muy incómodo, pero siempre pasan cosas.

Hoy paré en un café de la Av. Corrientes, le fui infiel a mi gusto por los bares y cafés palermitanos, pero simplemente quería algo más cerca, o quizás quería variar, no sé.

Así que en este café, un domingo cualquiera de verano en Buenos Aires, golpeo con mis dedos la pantalla táctil de mi tablet y voy viendo que pasa, la gente a mi alrededor y los misterios del mundo. Yo creo que no hace falta irse hasta Petra para encontrarse con ellos, quizás solo basta con un café, una incomodidad y algo para escribir.



miércoles, 1 de enero de 2020

2020


Leí por ahi que el calendario maya tiene un día llamado “día fuera del tiempo” o algo así. No es el 1º de enero, pero bien podría serlo. No por cuestiones astronómicas como el caso de los mayas, sino más bien por cuestiones sociales: es el primer día del año según nuestro calendario, feriado y con esa cierta “calma” luego de los obligados festejos de fin de año.

Quizás nos queda algún almuerzo restante o quizás simplemente la tranquilidad de un día de descanso.

Tiempo obligado de breves (y a veces efímeros) balances, nuevas metas y deseos para la nueva etapa que gregorianamente decidimos comenzar hoy.

Los contextos son, en definitiva, circunstancias. Como llegamos a hoy personal, familiar, social o políticamente son solo una instantánea del momento. Este momento. Hay algo seguro: nada es definitivo. Y por eso está prohibido quedarnos quietos.

Ningún rumbo es invariable y siempre es posible el golpe de timón. Si mantenemos el curso, que sea porque queremos, porque creemos que estamos yendo a donde queremos ir y no porque nos dejamos llevar, porque no nos animamos a otra cosa.

Cabe la posibilidad que no exista un puerto de llegada, sino más bien hitos en el viaje.

Por mi parte me voy a proponer simplemente planificar un poco más. No importa si los planes cambian sobre la marcha. Peor es no tener ninguno. “Dejar fluir” es un estado de conciencia más que un plan de vida.

Y aunque la vida es eso que sucede mientras hacemos planes, lo cierto es que los planes son parte de la vida y de una u otra forma, influyen en los acontecimientos que nos van sucediendo.

Planifiquemos grandes cosas y si cambiamos después esos planes, no importa. Importa agarrar el timón y ver qué pasa.

Leven anclas.