"La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una
idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a
pronunciar dos monosílabos: Si o No. En su brevedad instantánea, como a la luz
de un relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza
humana" (Octavio Paz).
El reconocimiento de nuestra libertad nos lleva a un gran desafío:
la asunción de nuestra responsabilidad sobre el propio destino. A nadie podemos
echarle la culpa del fracaso, pero tampoco podemos desligarnos del mérito del
éxito.
El reconocimiento de nuestra libertad solo es posible en el
reconocimiento de nuestra comunidad y de lo dependientes que somos de ella. Y
es ahí, entre la comunidad y la libertad donde se encuentra la ética. En la
clase de mirada que tenemos sobre el otro y la mirada que tenemos de uno mismo es
donde construimos los valores que nos sostienen en nuestra vida.
¿Somos más libres cuanto más impunes son nuestras acciones en
relación a nuestro entorno (nuestro hábitat y nuestro prójimo)? No, puesto que
tal impunidad no existe. Toda acción tiene una reacción, toda causa una
consecuencia.
No es posible pensar una comunidad en la que algunos puedan
ser dueños de la libertad de otros. Tal comunidad no existe en la naturaleza y
está destinada a perecer. La libertad se alza en última instancia como la
permanente posibilidad de decisión: Si o no, aceptar o resistir, luchar o
someterse, intentar o resignarse, aventura o confort y un sinfín de etcéteras.
¿Cuando entonces, somos libres? Siempre! en la medida que
tomemos conciencia de ello. De comprender que la elección siempre es nuestra.
Como le enseña Savater a su hijo Amador, no podemos elegir las circunstancias
que nos pasan, pero si podemos elegir que hacer con ellas. Y con esto, salvo casos extremos, la culpa deja de ser del otro, deja de estar afuera.
El manto de la responsabilidad de nuestro propio destino, invariablemente nos cubre.