Ya la
estaba extrañando.
En un mundo
de cuarentena y miedo a un virus invisible, tuve que salir de mi casa a realizar
un trámite en el centro, por impostergables obligaciones laborales. Conducía de
regreso mi auto y mientras estaba atento a la avenida vacía de vehículos, me di
cuenta que la Muerte estaba sentada en el asiento del acompañante.
Siempre
callada. Con la vista al frente y esa envidiable inexpresión que tiene su
rostro, el cual en definitiva, es igual al mío. Nunca me mira, por suerte. Pero
no hace falta, su sola presencia alcanza para que me sienta diferente, vivo.
Estos
tiempos son tiempos de miedo en el mundo y el miedo es la semilla de todo lo
malo. Odio, inseguridad, violencia, rencor, dolor. Me doy cuenta que la peor epidemia
es el miedo y creo que es el virus más grave.
Manejaba
por una ciudad casi desierta junto a la Muerte y durante ese breve instante me sentí muy vivo. Afortunado de estar en plenas condiciones mentales y físicas. Consciente
de lo breve de mi estadía en el mundo y por eso, algo consternado por el
posible devenir del futuro. Cuando la muerte esta lejos, solemos perder mucho
el tiempo. Por eso me agrada que cada tanto se siente a mi lado, tan sobria
vestida pero tan presente, porque siempre me pregunta lo mismo: ¿Qué es lo
importante? Y toda mi escala de preocupaciones se ve alterada.
En
particular no es el momento de la muerte lo que más me preocupa, sino más bien la
vida cuando ella llegue. Una vida que se resista a entregarse y solo vaya
soltando de a poco, por partes, como una soga que se nos va resbalando de la
mano. Eso me asusta un poco más.
Se
preguntaba Mary Shelley: ¿Quién,
tras un grave desastre, no ha vuelto la vista atrás con asombro ante la
inconcebible torpeza de comprensión que le impidió percibir las numerosas
hebras con que el destino teje su red, hasta que se ve atrapado en ella?
Tener a la Muerte
al lado nos recuerda que podemos estar tejiendo esa red sin darnos cuenta. No sé
si es posible evitar esa torpeza, pero creo que al menos es mejor intentar tomar conciencia de ella y estar al menos un poco más atentos. En definitiva, prefiero pensar que el
destino es algo negociado.