Epifanías instantaneas, tan breves como el recuerdo de un beso, se hacen
presentes de cuando en cuando para recordarme que el tiempo pasa y se
termina. Que no existe tal cosa como lo perpetuo. Que este trabajo, esta
persona y esta rutina un día llegan a su fin. Y al igual que muchas cosas de la vida, esos finales suelen ser tan repentinos como el amor mismo.
A
veces me pregunto: ¿Que estoy haciendo? ¿Por que me involucro
tanto en una cotidianidad pasajera y dejo pasar lo importante? ¿Por qué
nos negamos a escuchar nuestros deseos? O peor aún los escuchamos pero
muy poco hacemos al respecto.
Y el tiempo pasa... Siempre pasa. ¿Por qué carajo se pasa?
¿Donde
quedaron los amores de verano? Las trasnoches inolvidables, los paseos
por el mundo, las rutas a la costa, los naipes del bar, las risas
infinitas y sus besos inmortales...
En algún momento el mundo se
hizo mucho más grande. El tiempo cambio de sentido ¿Fue cuando los
recuerdos llenaron tanto el cajón que se empezó a hacer difícil
cerrarlo? ¿O fue cuando empezamos a darlo por sentado?
La seguridad nunca sirve para nada. Lo único seguro es que al final la muerte siempre llega temprano.
Esta
noche el silencio no grita, solo conversa conmigo. Y después de un rato
a veces es necesario salir corriendo. No se trata de huir, sino más
bien de sobrevivir. Tomar consciencia, aunque sea por un breve lapso,
que solo estamos a una decisión nomás de cambiar el mundo.
Quizás
el sentido del tiempo esté en el conflicto... Quizás no. Quizás se
trate de la duda. Esa duda que nos hace andar, intentar y equivocarnos.
El tiempo tiene sentido cuando lo miramos. Es necesario prestarle
atención. Ahora... ¡El tiempo está pasando! El error es quedarse quietos.
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