Me empiezo a dar cuenta
que el instinto gregario es eso: un instinto. Y los instintos no se quitan, no
se domestican, solo se pueden, en el mejor de los casos, administrar. “Impulso natural,
interior e irracional” que nos compele a ser parte de un colectivo humano
determinado. Es eso.
Y del otro lado está el
ermitaño. Ese arquetipo del Tarot que solo le pega a algunos, a quienes creemos
que pensamos. A aquellos que buscamos, al menos a algunos de aquellos. Pero el
ermitaño es sabio, y solo porque es sabio es que puede estar solo. No es que la
sabiduría sea un requisito o una cualidad inherente, sino que es lo único que
vuelve a la soledad soportable, agradable o preferible. La sabiduría toma café
con los instintos.
No tengo claro el
devenir de este relato, solo su comienzo, rasgo común de las aventuras
verdaderas: sabemos cómo empiezan, pero no como terminan.
Por lo pronto decidí
asumir que me pienso, o que al menos quiero hacerlo, que trato de hacerlo,
aunque con bastante pereza. En estos tiempos de hipérconectividad las redes
sociales son una tecnológica hermosamente peligrosa, nos abren a un montón de
ideas y posibilidades y a una monumental pérdida de tiempo también.
Así que por un instante
espabilé y me puse a escribir. Lo hago porque de alguna manera es también hacer
trampa: soy consciente que nuevamente tengo que tomar decisiones (como si esa
actividad sea esporádica y no un continuo que casi todo el tiempo está
sucediendo sin que nos demos cuenta). Y como las decisiones no estarían llegando
(¡Que iluso! Decidimos siempre y no hacerlo es también una decisión), me puse a
escribir. A poner en papel este estado de flujo en el que las palabras, las
ideas brotan, toman forma y empiezan a dirigirse hacia algún lado. Guardo la
esperanza que en ese proceso las respuestas aparezcan… Ya les contaré más
adelante que sucede en este punto.
Por lo pronto estoy aquí
tomando un café. Me encanta sentarme a tomar un café. Lo haría todos los días,
en cualquier momento, mañana, tarde o noche. Yo creo que en la vibración
correcta, es casi como levantar un círculo mágico súbitamente alrededor. Solo
tiene que llegar el pocillo y prepararse, tomar el primer sorbo y… listo.
Estamos en otro lado, en un micromundo en el que fluye nuestra interioridad
(si, “interioridad” ¿Que tiene? ¿Se entiende, no?). Fluyen pensamientos varios,
cosas que leer, cosas que escribir, cosas que analizar. Si estamos con alguien
surge el diálogo, el ida y vuelta a veces hablando, a veces silencioso, quizás
cómodo o quizás muy incómodo, pero siempre pasan cosas.
Hoy paré en un café de
la Av. Corrientes, le fui infiel a mi gusto por los bares y cafés palermitanos,
pero simplemente quería algo más cerca, o quizás quería variar, no sé.
Así que en este café, un
domingo cualquiera de verano en Buenos Aires, golpeo con mis dedos la pantalla
táctil de mi tablet y voy viendo que pasa, la gente a mi alrededor y los
misterios del mundo. Yo creo que no hace falta irse hasta Petra para encontrarse
con ellos, quizás solo basta con un café, una incomodidad y algo para escribir.
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